Una maldita joya literaria hallada en una de esas galerías de arte al aire libre, también conocidas como "paredes mugrosas". Esas paredes que, oh sí, hablan. Claro, hablan con la elocuencia demencial desesperada de quien usa pintura en aerosol porque, obviamente, los canales oficiales de un put0 diálogo funcionan de maravilla. Gritan lo que la voz calla y se vuelve a dormir para noi ver la mierda del dia dia,, ya sea por miedo o, más probablemente, por pura miseria y simple fatiga existencial.
Pero, ¿por qué yo? ¿Por qué mis retinas tuvieron el dudoso honor de posarse sobre esta obra maestra en ese instante cósmico preciso? Quizás no era solo un mensaje, sino un espejo. O quizás era solo grafiti. Un alma candente, un humanoide cansado, dolido, indignado… o simplemente un tipo con una lata de pintura y demasiado tiempo libre.
¿La motivación del artista? ¿Acaso fue el propio gobierno, desprestigiando algo sobre los electrolitos en un alarde de auto-sabotaje surrealista? ¿O fue, y esto es una teoría loca, alguien que simplemente quería ser él mismo? ¡Qué concepto más radical! Expresar su punto de vista dejando su huella, no en un blog, sino en medio del cemento y la sublime indiferencia urbana. Al final, tal vez lo que importa no es el quién, sino el mensaje, que básicamente dice: "El equilibrio se fue de vacaciones y la justicia es una palabra bonita para rellenar discursos".
Y, saben qué, en esta ocasión no me voy a prohibir decir mis cosas. Qué generoso de mi parte, lo sé.
El gobierno, en estos lares donde se vive la auténtica experiencia mierda™, no conoce límites en su gasto, pero su empatía tiene un estricto tope de datos. No hay saciedad para tanto despilfarro; se habla de miles de millones, de inversiones estratosféricas, mientras las calles parecen un paisaje lunar post-apocalíptico y la gente, en un acto de resignación cósmica, se acostumbra al deterioro como quien se acostumbra a un ruido molesto. La velocidad del cambio es tan vertiginosa que es más de lo mismo. De hecho, es exactamente lo mismo, como si el tiempo estuviera atrapado en un bucle infinito de la misma promesa incumplida, una y otra vez, hasta el fin de los días.
Y lo más hermoso es que hay personas que creen que lo mejor es guardarse esos pensamientos, tragarse la rabia. Porque, claro, ¿para qué incomodar? Mejor permitir que otros, desde sus púlpitos, digan que todo va viento en popa. Es como guardar y tapar coladeras con una hoja de papel para aparentar que el planeta está bien, cuando en realidad el planeta está profundamente aburrido, cansado de que no podamos hacer algo tan simple como caminar sin que un bache nos aspire hacia las alcantarillas.
¿Quiénes somos nosotros para juzgar? ¿Somos acaso una persona —una sola— que sufre de esto? ¿O somos millones compartiendo la misma frustración, el mismo silencio impuesto con una sonrisa? ¿Sufrimos de las migajas de nuestras esposas, novias o amantes, o de las migajas de un sistema que nos ha entrenado para conformarnos con las sobras de lo que un día fue un banquete?
Es críticamente delicioso cómo pretendemos creer que todo esto es "la verdad", cuando en realidad no hay una verdad, estamos atrapados en esto, no importa que tanto expresemos lo que sentimos ,, solo versiones convenientes que se repiten en bucle hasta que se les cae la pintura y se ve el crudo y feo muro de fondo.
Yo, personalmente, ADORO los baches. Los amo con toda mi alma. Son mis amigos, mis confidentes. Son la prueba tangible, gloriosa e innegable de que algo está roto. Son la vergüenza que no se puede maquillar con un discurso bonito ni ocultar bajo una capa de asfalto de mentiras. Son honestos. Un bache nunca te falla; siempre está ahí, agrandándose, profundizándose, esperándote.
Realmente, preferiría vivir en otro lado donde no existan. Un lugar donde pueda llegar más rápido a mi mierte —perdón, a mi muerte—, no por desesperanza, sino por puro y simple cansancio. Cansancio de la repetición, del engaño coreografiado, del "estamos trabajando en ello" eterno. Cansancio del asfalto que nunca mejora, pero sobre el cual siempre hay un nuevo anuncio prometiendo que sí lo hará.
Y aun así, entre cada grieta del pavimento y cada frase pintada con rabia, sigue habiendo una chispa. Una pequeña, patética y obstinada lucecita que parpadea y nos recuerda que, por lo menos, todavía hay quien siente, quien piensa y quien, en un acto de sublime terquedad, se atreve a escribir su verdad. Aunque sea con pintura barata. Aunque sea en una pared que mañana mismo blanquearán.su verdad con pintura, con rabia, con vida.LLEGAR MAS RAPIDO A MI MERTE
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